Marco su ropa

 

Capítulo dedicado a Manuel Ortega, residente en Residencia Orpea Alcobendas - Madrid

Autora: Esther Ortega

 

MI padre, Manuel Ortega, ha pasado por tres residencias. Tuve que sacarlo de su casa, un cuarto sin ascensor, porque se estaba pudriendo allí dentro en medio de un bache de su Parkinson que lo tenía inmovilizado y demente. La vida de mi padre en las residencias —una privada, una pública y una concertada— es lo más parecido al Expreso de Medianoche; atado todo el día por su propensión a levantarse y caerse, agresiones de otros residentes, convivencia con alcohólico sicópata que intentó acuchillarnos a una enferma y a mí, ver agonizar a dos de sus compañeros con un biombo de separación... una locura que todavía no puedo creerme que hayamos vivido.

Saqué a mi padre demenciado, sin movilidad y deshidratado tras 6 semanas sin terapias y encerrado en su habitación en Orpea Alcobendas. Nunca más volverá. Prefiero que muera en su cama, como sea, antes que volver a ese infierno que casi lo mata.

Este escrito es lo que yo sentí cuando tuve que ingresar a mi padre en la primera residencia, Ballesol Alcobendas, una especie de jaula inhumana. Algo dentro de mí se rompió para siempre y eso que todavía ni me acercaba a imaginar el horror que mi padre iba a tener que vivir en las residencias a las que le obligó el sistema.

Logré salvar a mis dos padres de Orpea Alcobendas tras un mes de maltrato por desatención absoluta y secretismo total sobre lo que pasaba. Íbamos contando cadáveres y no los olvidaremos nunca. Seguimos luchando para que haya justicia y que esas muertes crueles y gratuitas no sean en vano. JUSTICIA para esas personas que débiles y vulnerables han muerto abandonadas, solas y de mala manera por una gestión nefasta y eugenésica que todos aceptaron como ley.