Posdata: una pandemia
Capítulo dedicado a Ana María González Moreno, residente en Centro de Mayores de Usera
Autora: Patricia Pérez Borrero
Anita, como la llaman aquí; Ana María, como la llamaba el amor de su vida; la “bonita”, su mote en el pueblo; Ana, en definitiva, no tiene noción del tiempo. Para bien o para mal, no sabe cuánto lleva sentada en la silla ni cuánto hace que ha comido. Esa crueldad a veces juega en su favor y le permite no sufrir el lento paso de los días desde que estalló la pandemia. Después de una infancia en guerra, una adolescencia en la posguerra, una vida de sacrificios, trabajo y esfuerzo para sacar a unos hijos adelante y construir una bonita familia.
Ahora, a Ana y a toda su generación, les viene de posdata una pandemia. Ella no ha sido muy consciente de cómo ha terminado aquí, ni de por qué está en esta segunda casa. Otro juego del destino que le hace tener sus recuerdos envueltos en una niebla que no le deja ver la realidad ni situarse en el presente. Pero lleva ya casi cinco años aquí, donde la cuidan y a la vez está al lado de la que fue su casa y de su familia.
Está feliz en su mundo, canturreando y mirando a lo lejos, sin ver nada realmente. Siempre contenta y dispuesta a dar besos, acariciar la mano y agarrar a quien tenga al lado. Aunque no acierte a decir ningún nombre, reparte cariño a quien se le acerca. Ha sido una mujer inteligente, viva y muy despierta, que tuvo siempre interés para saber y fuerza para todo lo que propuso. Tuvo un gran compañero a su lado, con el que hizo el mejor equipo posible. Tanto, que al caer ella, cayó también. No soportó verla así. Él se fue pero ella sigue, pasando los días sin mucho qué hacer, desabrochando y abrochando sus botones mientras tararea alguna canción que viene a sus recuerdos. No da un ruido, no protesta. Hace fácil el día a día y siempre tiene una sonrisa. A veces sale su voz con fuerza, la que tenía, y hasta su gracioso acento. Otras veces habla con monosílabos. Hay días que parece contenta, como si estuviera esperando a alguien, y otros que el sueño le puede.
Desde marzo viven una tragedia a nivel mundial. La pandemia les ha puesto límites, horas, restricciones, mascarillas y mamparas. Si pudiera ser consciente de todo lo que está pasando posiblemente no se lo creería. En abril el virus la alcanzó, pero la fuerza que tiene pudo con él y salió adelante como si nada. Su salud es de hierro, ojalá su mente lo fuera también. Le contaríamos lo que está pasando y se pondría nerviosa, estando así se ahorra ese sufrimiento… aunque daríamos lo que fuera por un ratito de vuelta a la realidad para poder charlar juntas.
Seguiremos viéndola, cuidándola aunque sea en la distancia y tirándole besos con la mascarilla. Porque aunque ella no sepa quienes somos, nosotros sí sabemos quién es ella.